miércoles, 18 de agosto de 2010

la verdad sobre porque no debo mentir

De chico tenia la costumbre de mentir constantemente. Mentiras de todo tipo y tamaño, todas ellas me llevaban a engañar un poco mas. Solía recurrir a ellas cada vez que se me preguntaba algo. Era como si mi boca se moviese mas rápido que mi cerebro y cuando me daba cuenta del invento que estaba diciendo ya era demasiado tarde. No había un porque, hasta lo hacia con cosas pequeñas por las cuales no había razón alguna para mentir.
A medida que fui creciendo logre cambiar este habito. Pero hay veces que aun aflora en mi esa estupidez de decir algo que no es cierto y lo único que consigo es sentirme incomodo.
Hoy a la mañana, por ejemplo. Después de ir a buscar el diario pase por una panadería del barrio. Adentro, además de la panadera, había un cliente y una señora. Ella no estaba comprando nada, sino que era una de esas señoras que están muy solas en sus casa y para tener algo de compañía van a la panadería/verdulería/carnicería/local donde de le den un poco de atención (debería existir una clasificación de tipo de señoras). Cuando la mujer de edad avanzada ve que en mi mano tengo el diario me pregunta "¿Me mostras la contratapa, así leo el chiste de Gaturro?" (en el diario local todos los días hay un chiste de Gaturro). Yo, sin ningún problema, le acomodo el diario de forma que pueda leerlo. Ella antes de empezar me dice "Me encanta Gaturro, ¿a vos te gusta?" y yo respondo " Si, es muy bueno". Acá hagamos una pausa. Yo odio a Gaturro, sus chistes no tienen gracia, no son ni simpáticos. La única razón por la que alguna vez leo la tira es para putearlo a Nik. Detesto a ese gato (ahora me doy cuenta que también me molesta escribir su nombre).
A pesar de todo esto, ahí me encontraba yo contando lo mucho que disfrutaba Gaturro. Sentí que era mas fácil mentirle que explicarle por que no me gustaba. La mujer se puso a leerlo y con cada cuadrito, por mas que ni siquiera existiese el intento de broma, ella soltaba una gran carcajada. Para mi estaba claro que esta señora era fanática. Cuando termina de leer ( y reírse), me pregunta "¿Vos lo leíste?", yo le digo "No" (ahí tendría que haber mentido, que dormido de mi parte) y ella me dice "Leelo, es buenisimo". Estaba completamente atrapado, no tenia otra opción, además ya tenia un pie adentro del barro que me costaba meter toda la pierna. Logrando una actuación digna de los Martin Fierro del interior, leí el chiste de Gaturro (que sin sorprenderme, resulto ser malisimo) esbozando una gran sonrisa y soltando alguna carcajada de vez en cuando. Creo que la señora se había dado cuenta de mi sobreactuación por que me miraba de una forma rara una vez que termine de leerlo.
Para cortar el momento incomodo, por suerte, llego el momento que me atendieran. Mientras la panadera ponía en una bolsa el pan que yo había pedido, la señora le empieza a contar el chiste (realmente no se por que pensó que eso era una buena idea). La mujer hasta el momento no me caía mal, podía respetar que le gustara ese gato, pero ahora me estaba empezando a parecer un poco pesada. Cuando creí que todo había terminado, ya tenia la bolsa de pan en una mano y el vuelto en la otra, la señora me hace mostrarle el chiste a la panadera (que en ningún momento demostró interés en leerlo) aun después de que se le hubiese contado. Ni por favor me pidió, su obsesión por Gaturro ya me tenia saturado. La reacción de la panadera al chiste es mas adecuada, se ríe un poco y no comenta nada. Ahora si estoy libre. Es probable que si hubiera dicho que Gaturro no me gustaba me hubiese ahorrado toda esta situación que al final se había puesto tan molesta.
Igualmente aun habiendo dicho la verdad, eso no hubiese cambiado la actitud final de la señora que me molesto tanto. Cuando estaba con un pie afuera digo chau, la panadera me dice "Chau, gracias" y la señora no me dice absolutamente nada. No hay cosa que odie mas que cuando uno saluda la otra persona no te diga nada, te deje como colgado en el aire. Yo que a ella le di mi diario para que pudiera leer ese Gaturro de mierda, yo que me reí con ella, fui tan bueno. Creo que por lo menos me merecía un gracias vieja.

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